El lugar hallado

"Acabo de descubrir un lugar delicioso dormido entre años. Ha sido sin querer, como algunos grandes hombres descubren lo que concretamente no esperaban descubrir; pero, al descubrirlo, sienten la legítima alegría de haber acertado con toda su voluntad iluminada...
Todo eso casi lo pronunciaba Sigüenza asomándose de puntillas a un jardín de escombros. Nadie.
El silencio con el aliento de todo." Polop de la Marina (Alicante)

Así comienza un capítulo del libro de Gabriel Miró Años y leguas, el que da título a este blog que servirá de lugar de encuentro para conocer un poco más nuestra lengua y nuestra literatura.

31.10.23

 Félix José Ortiz: Flexiones. Inflexiones, reflexiones y otros ejercicios desaforísticos.                           

Círculo Rojo Editorial, Almería, 2023.


Dos años después de pasearnos hilarantes por sus Desaforismos, vuelve Félix José Ortiz (Madrid, 1964; pero extremeño en sus hondas entrañas) con este nuevo enjambre de pensamientos, sentencias y juegos de ingenio que posan su mirada en los más diversos motivos que le rodean. Se advierte, eso sí, una incursión decidida, e inevitable, en bosques existenciales, poéticos y personales aunque estalle entre líneas su “rictus de aguantar(se) la risa” que se puede confundir “con mohín de enfado” o, yo diría, seriedad (p. 63).

 El libro Flexiones juega ya en su título (y en la ilustración de portada o en la derivación acumulada en el subtítulo) con el ejercicio mental a que va a ser sometido el lector en las páginas que siguen, pues la aparente sencillez y simplicidad de cada propuesta nos somete a frecuentes torturas intelectuales que no nos permiten leer más de cuatro o cinco páginas seguidas sin perder el resuello cerebral.

El autor reúne sus textos breves en dos apartados, De lo profano y De lo sagrado. En el primero, agrupa nuevos “Desaforismos” con juegos de palabras (“derrota sixtina”, “pena capital/provincial”, “regla/excepción”, “despertador o desespertador”, etc.) y humoradas llenas de ingenio: “Al enterrador le aburre el exceso de trabajo: demasiadas horas muertas”; “Un cóctel Molotov en una lata de Coca-Cola: la chispa de la vida”; “Aunque Jomeini consiguiera enfervorizar a las masas, no todos los imanes resultan tan atractivos”, etc. En “Aleluyas”, hay variaciones jocosas sobre diversos motivos, entre los que se encuentran los relativos al Vaticano (“Las vacas vaticanas pacen in terris”; “Con las últimas lluvias, la catedral de San Pedro se anegó tres veces”, etc.), además de surgir los primeros textos a los que siguen comentarios y reflexiones entre paréntesis a modo de desdoblamientos del pensamiento.

 Abre el apartado De lo sagrado el título “Hombres”, donde las reflexiones se atemperan, se ahondan, se vuelven trascendentes, aunque surja a menudo el “rictus de aguantar(se) la risa” porque en esto nuestro autor no tiene remedio. Por eso escribe la flexión/inflexión/reflexión titulada “Eres de lo que no hay” de hondura existencial, y “Donde aún sigas vivo” en la que presiente al padre vivo en un lugar del universo, o “Ecos”, de suaves premoniciones del tiempo fugaz. Y abunda en ello en algunos textos de “Demonios”, como en “Leviatán” en donde se suceden palabras con el prefijo “anti” (antiafectación, antisuficiencia, antirrelato, antinarcisismo, antivictimismo...) para adentrarnos en nuevas profundidades de corte existencial: “Todos estamos aquí: agazapados junto al fuego de ser nacidos, hermanados en este miedo radical y cotidiano a no llegar vivos a la noche (...) Conmovedoramente empeñados en sobrellevar con la mayor dignidad el absurdo de la existencia”. Finalmente, en “Ángeles”, vuelven los desaforismos breves y humorísticos, pero también los hay poéticos con resonancias de Juan Ramón Jiménez (“La tarde asomada al brocal del pozo exhalaba un húmedo verdor de patio”), de Miguel Hernández (“agostado corazón de almendras”) o de Joyce (“Fray Félix Bloom sale a diario de casa con bolsa y vida por derrochar”).

 Finaliza el libro de Félix Ortiz con los textos “Este aliento”, “Soy yo” y las alegorías de “Un buen amor” (al uso del Arcipreste de Hita) que tienen el motivo común del amor, aunque el humor y una segunda lectura atenta de algunos nos lleven a otros derroteros inesperados y jocosos. Porque las flexiones, inflexiones y reflexiones de Ortiz encierran a menudo honduras y equívocos que se escapan en una primera lectura, porque son producto de una mente conceptista de este siglo XXI que, lejos de agotarse, se supera a sí mismo.

 Mariano Moreno Requena (Murcia, octubre de 2023).

14.12.21

DESAFORISMOS DESAFORADOS

  

Según el filósofo y crítico Rafael Narbona, el mejor invento del ser humano es el sentido del humor, que nace de la fusión de la inteligencia y el optimismo. Y esto lo podemos comprobar disfrutando con los Desaforismos de Félix José Ortiz (Madrid, 1964), un libro diferente, original y lleno de sentido del humor, esto es, de inteligencia y optimismo. Su autor creció en Cáceres, se hizo abogado y, en la actualidad, vive y trabaja como profesor de instituto en Zafra (Badajoz), pero la literatura siempre ha estado muy cerca de él: publicaciones en la revista literaria Oropéndola, narraciones en la antología de nuevos escritores extremeños Alquimia (1985), dos novelas cortas así como diversos relatos y artículos.

 En Desaforismos, el protagonista es el lenguaje, con el que Ortiz sabe jugar magistralmente ya desde el propio título, al que acompaña el descreído subtítulo “Aforismos desaforados y otra filatería proverbial”. No son propiamente “aforismos”, es decir, oraciones que expresan principios de manera concisa y coherente, pensamientos o máximas, sino todo lo contrario, “desaforismos”, un neologismo personal que niega ínfulas o pretensiones de ningún tipo, matizado por el juego de palabras en el que se fundamenta el neologismo: “aforismos desaforados”, sin límite, exagerados como los gigantes a los que hacía frente don Quijote en su aventuras. A los que se suma otra serie de textos caracterizados como “filatería proverbial”, es decir, palabras embaucadoras para engañar y persuadir que toman forma de proverbios (enseñanzas morales o consejos). Pero nunca se queda el autor en un único nivel de significados sino que, con su sorprendente manejo de la lengua y del pensamiento, nos traslada a otras capas de comprensión posibles, en este caso con asociaciones conceptuales que pueden atizar el imaginario del lector que parece leer “piratería proverbial o destacada”, pues no en vano el autor entra a saco en su libro, cual corsario sin ley, en temas y situaciones de lo más diverso y de la manera más libre posible.

Desaforismos se emparenta fácilmente con las famosas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aquellas que a principios del siglo XX definía el propio escritor como metáfora+humor, y que también tuvieron su proyección en autores como el murciano Asensio Sáez (“Primera insolación: oro del sol embotellado en el encéfalo”). La greguería es el uso inteligente del lenguaje para dar una pincelada insólita a un aspecto concreto -- a menudo insignificante, cotidiano o secundario-- de la realidad, pero en la que se acrisola una mirada optimista y vitalista. Félix Ortiz reúne en su libro humor, greguerías, puntos de vista inesperados e ingeniosos y hasta un lirismo de lo más sugerente. En textos de una a seis líneas, en su mayoría, el autor encierra su mágica, ocurrente, onírica, humorística, disparatada y muy personal manera de contemplar la realidad cotidiana. Y todo ello mediante un sorprendente uso del lenguaje, en apariencia sencillo, pero cuajado de inteligencia, de increíbles juegos de palabras y pensamientos --emparentados a veces con el conceptismo barroco-- que llevan al lector al asombro, al descubrimiento, a la reflexión y, casi siempre, a la carcajada sanadora y liberadora.

El libro se organiza en cinco bloques: el primero corresponde a los “Desaforismos”, donde el autor reparte su atención ingeniosa hacia los más variados asuntos, como el reloj (“Solo la valiente saeta del minutero mira de frente a cada minuto”), el sueño (“No despiertes de la mentira: tan solo sueña verdades”), la inquietud (“Estoy nervioso. Tal vez presiento que en algún momento voy a tranquilizarme”), el censor de cine (“El severo censor en sesión continua proyecta enervantes escenas de invertidos contra lo más oscuro de su retina”) o la timidez (“Cuando los tímidos se saludan, se dan un aflojón de manos”). Y no se deja en el olvido de vez en cuando el tono lírico, como en este desdoblamiento borgiano: “Me pregunto si este sol marchito de agosto contemplará también mi ocaso con idéntica melancolía. Si acaso existirá, para todo y para todos, una sola, dulce, circular y transparente melancolía de la extinción”.     

En el segundo bloque, “Alegorías”, se alternan metáforas plásticas (“La penumbra es el párpado soñoliento de la tarde”; “Una mano sujeta la nube de la que penden vítreos hilos de gotas de lluvia y, al final de su hebra, grotescas marionetas de trapo se agitan convulsas, saltando sobre los charcos”) con otras muy gráficas y siempre novedosas (“Un hombre en una mecedora es un metrónomo de salón”; “El almanaque colgado en la pared es un espejo de tiempo: refleja el ápice de la nada”; “La beata insomne cuenta ovejas descarriadas”; “Las abejas usan esas mallas deportivas porque practican la levitación sincronizada”).

Las “Eutrapelias” reúnen ingeniosidades llenas de humor (“Dos monjitas del brazo proyectan la sombra campanuda de un Mihura”), feroces críticas (“Suiza es un país de hasta nombre posesivo”; “Era suizo y tomó partido, pero nadie le creyó”; “Los rosarios de las beatas suizas tienen las cuentas opacas”) y creaciones lingüísticas y juegos de palabras (“El viejo tren jadea y resopla como un tigre enfermo: tose con tos felina”; “¿Puede considerarse cristianamente a quien abjura de su masculinidad un apróstata? ¿Y al amante del cine porno un cinéfalo?”; “¿Los púgiles argentinos se tutean?”).

 Los dos últimos grupos de textos conectan con una de las debilidades de un grande de nuestra literatura: don Francisco de Quevedo, que no tuvo merma de sus textos más poéticos y elevados (el amor, la muerte, el tiempo) cuando se acercaba a temas escatológicos --curioso, por cierto, que la misma palabra sirva para aludir a la transcendencia y a los actos fisiológicos más vulgares--. “Escatón” acoge textos de índole quevedesca, desenfadados e igualmente ingeniosos e hilarantes, que no dejan al lector imperturbable: “La petulante escobilla del inodoro, esgrimida como estoque de florete, quisiera solo apuntar al níveo centro de la porcelana y apunta maneras”; “El pedo atormentado es un pedo barítono”; “El pedo campanero en vacío es un pedo catedralicio”; “El pedo tácito y jadeante es pedo miserable, psicótico, alevoso, capaz de toda maldad. Pero a la vez, hay que admitirlo, un pedo alimenticio: un pedo nocilla”. Y, finalmente, “Epílogo” nos hace desembocar en un ramillete de textos de exquisito lenguaje, simbolismo e imaginería amorosa para describirnos... ¡el acto íntimo de la defecación! El lector puede pasar por estas últimas páginas creyendo que está ante delicados poemas de amor pero, si desentraña claves y desenmascara gestos, se encuentra con la inesperada sorpresa y el estallido de la liberadora carcajada.

Sin ninguna muralla temática, con un distinguido uso de recursos expresivos y lenguaje elaborado, Félix Ortiz derrocha en estas páginas sentido del humor lleno de inteligencia para asumir con optimismo, libertad y gracia una existencia que, a menudo, nos acecha con desengaños y pesares.

 Mariano Moreno Requena. Murcia, diciembre de 2021. 


Desaforismos, de Félix José Ortiz 

Ed. Círculo Rojo, Almería, 2021; 91 pp.

17.10.21

 RICARDO HUERTA


Biografía

Ricardo Huerta --nombre artístico de Carlos Ricardo Corsi Abramovich--, nació el 26 de abril de 1958 en Rosario (provincia de Santa Fe, Argentina), que es la segunda ciudad del país con un millón y medio de habitantes, está situada a orillas del río Paraná, a 360 Km al norte de Buenos Aires, y tiene un importante puerto dedicado, fundamentalmente, al comercio de  cereales. La familia del padre de Ricardo Huerta,  Carlos Alberto Corsi Bejo, que trabajó como administrativo en la Junta Nacional de Granos –en la época en la que Perón suministraba cereales a una Europa recién salida de la guerra-- , procedía de la Toscana italiana, por un lado, y de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), por otro. Su madre, Sara Berta Abramovich Huerta, que fue profesora de Historia, descendía de judíos ruso-ucranianos emigrados a Rumanía y de navarro-alaveses con sangre guaraní, de la provincia de Corrientes. Una mezcla de orígenes familiares muy usual en Argentina desde el siglo XIX.

 


Infancia

Ricardo Huerta se crio en el barrio rosarino de Azcuénaga (un vasco que formó parte de la primera Junta de Gobierno de la Independencia de Argentina), concretamente, en la calle Olascoaga y realizó estudios de Primaria en la Escuela nº 120 “José Rondeau”. Todavía hoy guarda buena amistad con sus compañeros de esta etapa (juntos desde los 5 a los 12 años), pues todos fueron a su concierto en Rosario en enero de 2020. La escuela Secundaria la comenzó en el Liceo “Avellaneda” pero en el tercer curso, tras realizar una exposición académica sobre marxismo en la asignatura de Ciencias Políticas, fue expulsado del centro bajo presiones de grupos fascistas que lo acusaron de subversivo, en una época muy convulsa de la vida en Argentina. La Secundaria la terminó en el Colegio “Mariano Moreno” –que lleva el nombre del Secretario de la Primera Junta de Gobierno originada en la Revolución de mayo en 1810 para lograr la independencia de España--, un colegio que preparaba para estudios de magisterio. Huerta trabajó luego como maestro en prácticas en este colegio dando clases a un grupo de sexto año.

Cuenta Ricardo Huerta que él ya cantaba antes incluso de hablar, pues cuando tenía dos o tres años, vivía en una casa enorme con, al menos, siete habitaciones y un gran patio con naranjos, mandarinos y limoneros, y allí su abuelo instalaba una hamaca donde se recostaba para cantar canciones y boleros del chileno Antonio Prieto --su ídolo por aquel entonces-- ante sus amigos y vecinos.

Cuando tenía seis años, su abuela que era modista, preparaba vestidos para señoras de la alta sociedad que venían a su casa a probarse la ropa, y como sabían que él cantaba le pedían que lo hiciera –a capela, claro-- y hasta le daban algo de dinero por ello. Una de ellas, que era de grupos de beneficencia como Acción Católica o similar, un día lo invitó a participar en una gira de conciertos por hospitales y otros locales para recaudar dinero para los niños pobres. Tenía entonces siete años cuando empezó a cantar en público.

Y entonces apareció Raphael en su vida y empezó a imitarlo, de manera que lo llamaban Raphaelito con su voz blanca con enormes agudos y vestido todo de negro. Tiempo después, en la gira que Ricardo Huerta hizo por varios lugares de Argentina, a finales de 2019, dio a conocer la canción “Qué sabe nadie”, en la que hace un sentido homenaje a todos sus maestros e ídolos de la música y la canción –Serrat, Heredia, Humet…--, y entre los que destaca Raphael. Su padre, de espíritu más bohemio que su madre, lo apoyó en estos inicios como cantante y lo llevaba a escondid era”, “Cierro mis ojos”, etc. y fue desarrollando su técnica –falsetes, vibratos, etc.— escuchando una y otra vez las canciones de Raphael.

 



Adolescencia e inicios como músico

En 1969, Joan Manuel Serrat participó en el Festival Internacional de Río de Janeiro y con su canción “Penélope” (compuesta con Augusto Algueró) ganó varios premios que le permitieron empezar su gira por Argentina, Uruguay y Chile, países que le recibieron con los brazos abiertos. Además, en 1970 participó en el programa de la televisión argentina “Sábados circulares” que le amplió su número de seguidores. La primera canción de Serrat que entusiasmó al joven Ricardo nada más oírla fue “Tu nombre me sabe a hierba” (del disco La paloma, 1969), pero pronto oyó que había publicado uno con poemas del poeta Antonio Machado. Lo buscó con su padre por todo Rosario hasta que lo pudieron comprar.

Conocer el disco Dedicado a Antonio Machado, poeta (1970) cambió toda la vida de Ricardo Huerta a sus doce años, pues empezó a leer a Machado, a Alberti (el primer libro de Alberti que compró fue a los 13 años, en la calle Corrientes), a toda la generación del 27, a Vallejo, a León Felipe... Estas lecturas le llevaron a interesarse por la historia de España, la II República, la Guerra Civil y sus consecuencias. La figura de Serrat ha sido, desde entonces, considerada por nuestro cantante como la de un maestro del que nunca se separó. Tanto es así que en aquellos años de adolescencia, Ricardo se aficionó a cantar las canciones de Serrat en catalán.

Y, mientras, seguía dando conciertos benéficos en lugares diversos con 15 años, pero como no siempre tenía músicos que le acompañaran, tuvo que aprender a tocar la guitarra, superando una fractura de cúbito y radio que le dio problemas para poder manejar la guitarra adecuadamente.

En aquella época, en Rosario se celebraban fiestas de carnaval bastante importantes y había conciertos de músicos de renombre organizados por los clubes de fútbol: Adamo, Sacha Distel, Johnny Holiday, etc. El equipo de Rosario Central trajo un día a Serrat y él se empeñó en ir, pese a que el artista tocaba muy de madrugada. Una vez que lo vio en directo, no dejó ya de seguirlo y comprar todos sus discos o ir a sus conciertos en Argentina. Y eso que eran bastante caras las entradas, pero se preocupaba de recoger dinero para poder asistir a ellos. Otro de los artistas a los que siguió por entonces fue Nino Bravo.         

Estando en el Colegio “Mariano Moreno”, empezó a cantar con otros amigos que tocaban la guitarra –entre ellos recuerda a Víctor—y a hacer constantes ensayos, hasta que la directora le propuso participar en un festival intercentros de música en el que quedó segundo, por circunstancias ajenas lo artístico, con protestas fuertes del público pues lo consideraban ganador del mismo. El premio para los tres primeros era llevarlos de gira por locales culturales de la zona. A partir de ahí empezó a hacer actuaciones en escenarios importantes, la primera de ellas en el Anfiteatro Municipal de Rosario que tuvo muy buena repercusión en los medios de comunicación del momento.

Era la época de turbulencia social en Argentina, en la que surgieron los movimientos guerrilleros y había mucha conciencia social. Llegaron los cantautores españoles como Víctor Manuel, Patxi Andión, etc., además de Serrat. En el programa “Sábados circulares” de Mancera, que duraba todo el día (de 2 a 9 de la tarde), la parte final estaba dedicada a un cantante famoso. Y a primera hora solían presentar a cantantes menos conocidos. Un sábado descubrió con su padre a esa hora en el programa a un tipo que les llamó mucho la atención: Víctor Heredia. Buscaron discos suyos pero nadie lo conocía. Y pronto fueron a ver uno de sus conciertos en el teatro de la Universidad en las filas más próximas. Era el Serrat argentino para Ricardo y empezó a seguirlo con asiduidad hasta el punto de que pasó a ser amigo suyo un buen día.

Conoció luego, en el año 1975, al grupo GER (Grupo de Escritores Rosarinos) que tenía varias revistas culturales de tendencia de izquierda, pero cada una con una línea diferente  Uno de los grupos promovió un concierto en un pequeño teatro llamado “Amigos del arte” y le pidieron que le pusiera música a alguno de los poemas que ellos habían escrito. El espectáculo se llamó “Carta de abril” y algunos eran poemas de un preso de la dictadura; fue la primera vez que se dedicó a poner música a poemas.

Su interés por Víctor Heredia se acrecentó por aquellas fechas. El 26 de abril de ese año, día de su cumpleaños, Heredia tocó en Rosario, en un local pequeño llamado “El burgués”, al que acudió entusiasmado Ricardo con una grabadora portátil que le había regalado su padre. Un tipo importante de la televisión al que había saludado antes del concierto, al acabar este, le presentó a Víctor Heredia, que se sorprendió de que conociera tantas de sus canciones, pues por entonces no era tan conocido. Charlando horas con él y su esposa, se atrevió a invitarlo a comer a casa, sin pedir permiso a sus padres. Su padre no se lo creyó cuando se lo dijo esa noche, pero al día siguiente fueron a buscarlo en taxi al hotel y compartieron una comida en casa que fue el inicio de su amistad personal. Ese día fue todo un acontecimiento en el barrio. Víctor tomó la guitarra de Ricardo y se puso a cantar, acudió toda la vecindad y lo estuvo escuchando toda la tarde sin acabar de creer lo que estaba sucediendo allí.

Ricardo con Víctor Heredia
A partir de ahí se inició una buena amistad con Heredia y su representante, Rolando Hernández, y siempre que podía acudía a sus conciertos. Un día, un amigo le propuso asistir al concierto de Víctor Heredia en el Teatro Ópera de Buenos Aires y allí se presentaron. Conocieron a José Ángel Trelles, otro cantante y amigo de Heredia, que les invitó a pasar gratis al concierto y que, al finalizar, los invitó a cenar. Con él también tuvo gran amistad y cada vez que iba a Rosario, se quedaba a comer en casa de Ricardo.

Por aquellas fechas, Ricardo tocaba de vez en cuando en locales y bares. Había en Rosario un grupo que se llamaba “Canto popular”, una especie de cooperativa de cantautores, y en su local “Corchos y corcheas” solía tocar gente mayor que Ricardo y allí lo invitaron a participar. Poco después se abrió la Sala Roberto Arlt donde un grupo de teatro preparó su obra “Saverio el cruel”; les propusieron hacer música en ese local y aceptaron. A partir de ahí, la sala tuvo mucha afluencia y los conciertos fueron un éxito. Ricardo Huerta empezó a ser conocido y se dedicó también a dirigir el programa de actuaciones de la sala. Pero a partir de 1977, con la llegada de la dictadura, los problemas fueron creciendo porque la cultura estuvo muy perseguida y controlada. Ricardo participó entonces también en programas de radio y en la prensa. Trelles acudía los fines de semana a Rosario a un local de música llamado “Aureliano” donde un día le propuso que se fuera a Buenos Aires con él. Trelles tuvo que convencer a la madre de Ricardo para que lo dejara ir con él, cosa que consiguió.

José Ángel Trelles, que cantaba con Piazzolla y era muy conocido, le ayudó en los inicios de su carrera como cantante en Buenos Aires. Le consiguió trabajo en un local llamado “Pub”?? en el barrio Norte, un lugar muy fino de la ciudad, donde tocaban de jueves a sábado. Lalo Romero fue el guitarrista del grupo, que había trabajado con Heredia como bajista.  Y en esas fechas Ricardo empezó a salir con la actriz Graciela Maltaneres, a la que había conocido en Rosario, por lo que su vida alternó entre Buenos Aires y Rosario cada semana.  Y lo triste era comprobar cómo cada vez que volvía a Rosario iban desapareciendo amigos y conocidos suyos del espectáculo. La dictadura actuaba despiadadamente. En octubre de 1977, Graciela consiguió trabajo como administrativa en Buenos Aires y nos trasladamos a vivir allí con un amigo guitarrista uruguayo con el que trabajé a partir de ese momento. A Rosario volvió solo para ver a la familia, pero ya no trabajó en su ciudad.

 

Buenos Aires

En Buenos Aires, no fue fácil trabajar como músico pues todo estaba muy vigilado en esas fechas de la dictadura militar. La situación familiar tampoco era buena pues no estaba bien visto por ninguna de las dos familias que se hubieran ido a vivir juntos sin estar casados. Y había constantes problemas para todo, como para alquilar un piso si no tenías papeles de estar casado. Fueron seis o siete meses de muchas penurias. Hasta que las dos familias se pusieron de acuerdo para ayudarles, pero pidiéndoles que se casaran para evitar tantos problemas.  Graciela y Ricardo se casaron finalmente y él se dedicó a tocar en los locales de las peñas en donde se promovía la canción tradicional, el tango, el folclore, nunca nada que oliera a la más leve subversión. En la Peña “Viejo carro”, a unos 50 minutos de su casa y en medio de un parque, logró tocar frecuentemente los fines de semana. Hasta que un día que fue con su mujer, el local había desaparecido totalmente: lo habían dinamitado por considerarlo centro de subversión política.

La persecución política fue terrible en esas fechas y los dueños de los locales se excusaban por no contratarlo porque peligraba su negocio y su propia vida. Así que, en 1979, tuvo que buscar un trabajo como publicista y, con su esposa Graciela –que trabajó en la empresa de electrodomésticos ATMA, justo enfrente de la Escuela de Mecánica de la Armada, que luego se supo que era el centro de torturas y exterminio de los militares--, ahorraron todo lo que pudieron con el fin de intentar buscar trabajo en otro país, después de haber vivido el año del Mundial de Fútbol, 1978, una de las etapas más terribles de represión en la Argentina. Cuenta Ricardo que lo que vivieron en esos años de la dictadura fue muy duro: la venta de las riquezas del país a empresas extranjeras, desaparecidos, persecuciones, apresados arrojados al río desde aviones… Las anécdotas relacionadas con la opresión de los militares con la población que ellos vivieron esos años serían muchas para contar: detenciones por tres días, desapariciones, entradas repentinas en las casas… Ricardo fue detenido con otros muchos cuando fue a ver un partido de España en el mundial de ese año. Estuvo cuatro días detenido en Buenos Aires –en un oscuro calabozo en el que solo le permitían fumar--, pero no lograron encontrar nada contra él porque todo su activismo político lo había realizado en Rosario y, afortunadamente, la información entre zonas alejadas no era fácil de obtener entonces. Y a esta enorme represión y persecución, se sumó el corralito producto de la gran especulación que se extendió por todo el país, lo que complicó también los asuntos económicos de Argentina que hasta ese momento no habían ido mal.

En Argentina no se podía vivir, por lo que decidieron salir del país. La última semana que estuvieron en Argentina fue tremenda. Volviendo de Rosario en autobús, donde fueron a despedirse de las familias, a eso de las 3 de la mañana el autobús se detuvo y subieron a él varios militares con linternas y fueron seleccionando a los pasajeros jóvenes a los que obligaron a bajar. Fueron interrogados y cacheados cara al autobús frente a luces cegadoras y militares fuertemente armados. Afortunadamente, los dejaron marchar y al día siguiente se dirigieron al aeropuerto en el que los tuvieron mucho tiempo a la espera antes de permitirles embarcar. Primero pensaron en ir a Brasil donde tenía unos conocidos, pero luego se decidieron por realizar el sueño de viajar a España, tierra de su abuela que siempre le hablaba de cosas de su país, lo que lograron en 1980.

 


Madrid

La salida de Buenos Aires con escala en Brasil supuso para Ricardo una liberación enorme, después de tres años oscuros y de falta de libertades, una experiencia terrible que marcó a toda su generación. Cuando llegó a Madrid, el 15 de marzo de 1980, la ciudad vivía una etapa de esplendor cultural y político que le entusiasmó. Era la etapa de la transición política y la vida cultural era enorme. Con el dinero que habían ahorrado, pudieron mantenerse durante varios meses en Madrid. Pasar de un país en el que todo estaba perseguido y controlado a otro en el que podías opinar, escuchar la música que querías o moverte con libertad, fue algo sorprendente e inesperado para Ricardo Huerta.

Curiosamente, el mismo día que llegó a Madrid, en Iberia, llegaba también Víctor Heredia, en Aerolíneas Argentinas, y en las semanas siguientes pudo asistir a la grabación de uno de sus discos que produjeron Miguel Ríos y Serrat. Otra anécdota que recuerda Ricardo tiene que ver con el cantante Luis Aguilé, al que escucharon decir en un programa de radio de Buenos Aires que él se había hospedado al llegar a Madrid en hoteles pequeños de la calle Infantas; eso les permitió, recién llegados a Madrid, dirigirse a esa zona para poder alojarse los primeros días. Además, ver el Paseo de Prado, del que había oído hablar a su abuela, le recordó enseguida el Boulevard de …..  de Rosario.

Víctor Heredia se alojó en un apartotel del centro de Madrid en el que, por cierto, también se alojaba también Mercedes Sosa. Entonces conocieron a muchos cantantes y músicos argentinos que se habían exiliado en España y que se ganaban la vida tocando en pubs y bares de la ciudad. Ricardo Huerta comenzó a llevar su currículum a muchos lugares –como la Peña 3-- que contrataban la cartelera por meses con música sudamericana y a los quince días de llegar ya actuó como suplente de otro cantante que tuvo que hacer su espectáculo en otra ciudad. Sin estar fijo en ningún local, pudo trabajar de seguido en muchos locales a partir de entonces, lo que le permitió conocer a muchos artistas del momento, como Rafael Amor, Luis Pastor, Sabina, etc.

En la zona de Atocha, actuó en El rincón del arte nuevo y en Don Alberto; y luego fue contratado todos los martes en el local llamado El Son Parnase, donde actuaban muchos músicos argentinos. Los dueños, que lo recibieron muy bien, eran uruguayos y actuaban como coordinadores de conciertos en locales de música de toda España. El ambiente del local era extraordinario y a él acudían artistas de mucho renombre, con los que se relacionó Ricardo. Ese verano pudo trasladarse a León para actuar allí, luego a Ponferrada y Marín (Pontevedra).

De regreso en Madrid, le presentaron a Adalberto Zurdo que le invitó a hacer una serie de boliches por el valle del Nalón (Asturias), lo que fue un éxito que le permitió dar conciertos más adelante en ciudades como Reinosa, Santander, Oviedo, Salamanca, Valladolid, etc.

 El paso siguiente fue visitar Andalucía, tierra de su abuela. Después de hacerse con un vehículo wolksvagen de matrícula holandesa por veinte mil pesetas, Ricardo y su esposa viajaron a Jaén, donde trabajó como director artístico de una sala con el fin de que hubiera cada semana un artista diferente tocando en ella, aprovechando los contactos que ya tenía en Madrid con muchos cantantes que había conocido. De allí pasaron a Granada, en plena Semana Santa, lo que le permitió comprobar tantas costumbres de las que le había hablado su abuela andaluza durante su infancia, sobre todo la intensa emoción que le causó escuchar las saetas cantadas desde los balcones de la ciudad al paso de las imágenes. Posteriormente, visitaron Córdoba,  donde sufrieron un calor sofocante, y Sevilla, pero en ninguna de ellas encontró trabajo. Luego estuvieron en Cádiz y visitaron el lugar donde había vivido su abuela, que por entonces aún vivía, a la que envió fotos de todos los lugares de los que ella le había hablado.

 Los años siguientes los pasó coordinando las actuaciones en Jaén de los cantantes que traía de Madrid, aunque se trasladaron a vivir a Granada. Jaén era de los lugares en los que todavía funcionaba la censura previa, en plena democracia ya, por lo que nos pedían los textos de las canciones que se iban a cantar cada día. En una ocasión, lo llamaron desde Jaén con urgencia porque yo había llevado a cantar a Juan Antonio Muriel, un malagueño autor con Sabina de canciones como “Princesa”, que en la actuación cantó temas muy revolucionarios para el lugar y la época, lo que fue origen de muchas presiones por parte de los caciques de la ciudad hasta el punto de que se terminó con este tipo de actuaciones.

 Una anécdota muy bonita de Jaén que recuerda Ricardo es cuando desde su hotel oye por la calle que va actuar Joan Manuel Serrat en un parque de la ciudad. Lo comunica al local donde él actuaba dos veces por semana y decide con el dueño hacer dos funciones ese día del concierto de Serrat, una antes y otra después del concierto con el fin de poder asistir al de Serrat. Y esa tarde, paseando por Jaén se encontró con varios músicos de Serrat, reconoció a Miralles, el arreglista al que Ricardo siempre había admirado, y habló con ellos indicándoles que era amigo de Víctor Heredia. Lo invitaron a asistir al concierto desde el lateral del escenario, indicándole la puerta por la que debía entrar. Lo sentaron junto a la mesa del escenario y desde allí asistió al concierto totalmente entusiasmado por tener a Serrat tan cerca y al que luego le presentaron.

  


Barcelona

 Y decidieron trasladarse a Barcelona, pasando primero por Valencia, la ciudad donde actuó Ricardo Huerta durante varios meses. Tarragona y Salou fueron otros lugares que conoció. Pero era Barcelona la ciudad que quería conocer desde siempre, y un amigo lo animó a ir. La ciudad estaba en otra onda distinta a Madrid y al principio le costó acostumbrarse a ella, pero durante el final de 1981 y todo el 1982 estuvo dando muchas actuaciones musicales, aunque se cobraba poco en cada actuación. Uno de los lugares, “Los troncos”, ofrecía una primera parte de la noche con canción argentina y, posteriormente, otra con música colombiana. La ciudad tenía muchos locales con música en directo, sobre todo en las calles Balmes, Aribau, etc.

 En esos años, grabó "Sara", su primer disco en el estudio de grabación Moraleda, que había sido bajista de Serrat, con los músicos que tocaban en ”Los troncos” con él. Una noche, en una de sus actuaciones en ese local, un camarero le entregó una tarjeta de una señora del público que le pedía que cantara “Pueblo blanco” de Serrat. La cantó, pese a no tenerla preparada. Al rato, recibió del camarero un sobre con 100 dólares. Al final de la actuación, la señora lo invitó a  sentarse junto a su marido y ella, colombianos con mucho dinero, hablaron de música y le dijeron que le iban a ayudar a grabar su disco en Los Ángeles con Dona Summer. Lo llamaba desde San Francisco muy a menudo e incluso le enviaba dinero, con la consiguiente sorpresa de Ricardo que se preguntaba de dónde había salido ese personaje. Poco después, desapareció y supo que era un importante narcotraficante colombiano y que lo habían matado.

 A principios de 1982, se publicó por fin el disco en la compañía Imperial. En Badalona, cantó durante un tiempo en “Sodoma”, un local de Badalona, aunque la canción andaluza era más requerida en ese lugar.

 Italia

 Pero en 1983, decidieron marcharse a Italia porque el ambiente en Barcelona, pese a tener mucho trabajo, no acabó de convencerle. Su esposa tenía un primo rosarino en la ciudad de Urbino, músico muy ligado a la universidad, a los movimientos estudiantiles contestatarios del momento y a los comités de solidaridad con El Salvador, Nicaragua, etc. Se instalaron en su casa en el campo y empezó a trabajar con él en diversos lugares, incluso durante la campaña electoral italiana apoyando al Partido Comunista italiano. Urbino es una ciudad pequeña con mucha población juvenil de universitarios durante el invierno y escasa población en el verano. Allí nació Rafael de Sanzio, el gran pintor renacentista. Ricardo Huerta trabajó entonces en diversas salas de Urbino, Bolonia, Pésaro y, especialmente, en Perugia invitado por una chilena exiliada, amiga de un importante empresario del calzado y que tenía buenos contactos en el mundo cultural de la zona.

 Un día que iban a tener una comida entre varias familias amigas, Ricardo empezó a encontrarse muy mal y decidió no ir a la comida; además, soñó una noche con un velatorio que le intranquilizó mucho. Días después, recibió una carta de su padre en la que, después de contar muchas cosas de Rosario y la familia, le comunica que ha fallecido su abuela española con la que tan unido estaba. La noticia lo entristeció tanto que corrió por las afueras de la ciudad durante varios kilómetros llorando y, a la vez, recitando y cantando estrofas de la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández.

 Poco después, Ricardo decide probar fortuna en Roma, pues su mujer había conseguido un trabajo en Circea, con la familia del empresario del calzado. Pasaron semanas sin encontrar nada hasta que conoció el barrio del Trastévere, donde había vivido Alberti después de haber estado exiliado en Argentina. Recorriendo los locales del barrio para entregar el currículo, Ricardo entró en una peña que regentaba un peruano enorme que había sido luchador de “catch” y, por invitación de Carmelo, un joven cantante aragonés que actuaba en el local, cantó esa noche canciones de Serrat y, tras el entusiasmo con el que el público lo recibió, fue contratado para actuar durante todo el verano, aunque cobrara lo justo para mantenerse en Roma, ciudad muy cara entonces.

 Al finalizar el verano, el empresario del calzado los contrató a su mujer y a él para que cuidarande sus hijos y les dieran clase de música en su casa de Umbertide, primero, y luego en la de Perugia, una enorme mansión con alojamiento para todos los sirvientes que tenían. En las horas libres que le dejaba el trabajo, Ricardo aprendió italiano, sobre todo, viendo programas de la televisión.

 Durante su estancia en Perugia, la amiga chilena, Juana Dinamarca, muy bien relacionada con el mundo cultural de la ciudad, organizó un homenaje a Chile y a Pablo Neruda en el décimo aniversario del golpe de estado de Pinochet y de la muerte del poeta, por lo que pidió a Ricardo Huerta que cantara poemas de Neruda para el homenaje. Esta actuación sobre Neruda fue el primer paso de un espectáculo que Ricardo llevó posteriormente por muchos locales y escenarios.

 Seis meses después decidieron dejar el trabajo y recorrer Italia y alrededores en tren hasta llegar a Salónica donde Ricardo iba a actuar en un festival: visitaron Venecia, Trieste, Zagreb, Belgrado y Skopie. Actuó en Salónica y luego siguieron hasta Atenas y las islas griegas para regresar de nuevo por ciudades de Yugoslavia hasta llegar a Urbino donde se despidieron de los amigos y, a finales de 1983, decidieron volver a vivir a España.

 

 Barcelona, de nuevo

 Nada más llegar a Barcelona, en un bar donde desayunaban oyó las canciones del último disco de Serrat, “Cada loco con su tema”, que le sorprendió muy gratamente. Retomó los contactos artísticos que tenía y pronto empezó a trabajar en diversos locales, especialmente en el “Sodoma” de Badalona. Graciela, su mujer, encontró entonces una oferta de trabajo de teatro en Madrid y allí se marchó, aunque meses después regresó a Barcelona con Ricardo y encontraron un piso para alquilar en la Ciutat Vella. Poco después, Graciella trabajó en una empresa de encuestas donde le fue bastante bien.

 En 1984, mientras actuaba en diversos escenarios, Ricardo retomó el recital de Neruda en Perugia, releyó sus libros y trabajó su biografía, de manera que preparó un espectáculo en el que el propio Neruda actuaba de narrador de su propia vida y, al hilo de diversos sucesos, insertaba canciones basadas en sus poemas, algunas propias y otras creadas por otros cantantes. Poco a poco fue creando el guion del espectáculo, en el que incluyó como narradora a su esposa Graciella, a un joven locutor chileno como Neruda y a diversos músicos que fue incorporando después: teclado, clarinete, flauta y guitarra. El espectáculo de Neruda fue muy bien acogido y pronto logró ser contratado por el Ayuntamiento de Barcelona para actuar en los centros cívicos de la ciudad. Un bonito cartel con la fotografía de Pablo Neruda sirvió para anunciar las actuaciones. Posteriormente, y hasta 1989, llevó el espectáculo de Neruda a muchos institutos y locales de Barcelona y alrededores, además de Madrid y ciudades de Suiza, Suecia, Bélgica, Francia, etc.

 En 1984, se había producido una escisión en el PSUC y se había creado el Partit Comunista de Catalunya, de carácter más radical, apoyado por la Unión Soviética. Este partido contrató a Ricardo Huerta para que actuara con su espectáculo de Neruda en varios lugares, lo que culminó en la gran fiesta “Avant” que celebraban los diversos partidos comunistas en Monjuic. Ricardo no había militado nunca en un partido político, pero en esta ocasión trabajó apoyándolos en las elecciones autonómicas de aquellas fechas e ingresando en el partido.

 El año siguiente, 1985, continuó con Neruda en muchas localidades catalanas lo que le permitió conocer a muchas personas y, especialmente, a exiliados chilenos que valoraron muy positivamente su trabajo --tanto que lo apoyaron para grabar y publicar un disco sobre Neruda--, y a los comités de Solidaridad con el Líbano, con Palestina, El Salvador y Nicaragua que por entonces sostenían guerras y conflictos.

 En la fiesta “Avant” de ese año participó en el concierto junto a cantantes como Carlo do Carmo (un famoso cantante portugués) o Angela Davis (atleta y secretaria general del Partido Comunista de los EEUU).

 Además, el Ministerio de Cultura, bajo la coordinación de Joaquín Leguina, a principios de 1986, preparó en Madrid y Barcelona una Muestra del arte popular chileno –con música, teatro, ballet, cine, etc.-- y en él pudo participar Ricardo Huerta con su Cantata de Neruda.

 Por estas fechas, Ricardo Huerta tocaba en un local llamado “Quilombo” (que significa lío o barullo en Argentina) donde conoció a un chico argentino muy culto llamado Omar Trigo, que había estado casado con una holandesa que trabajaba en una ONG y que, gracias a ella, había viajado a Cuba. A su regreso, le contó a Ricardo sus experiencias allí y le enseñó libros y objetos que trajo de Cuba, destacando sobre todo el libro de Roberto Sosa “Un mundo para todos dividido”, que había recibido el premio Casa de las Américas. Se lo prestó y su lectura le encantó tanto a Ricardo que fue el origen del disco que grabó luego con el mismo título.   

 Un día, a finales de 1986, recibió la llamada del dirigente de las Juventudes Comunistas de Madrid, Pedro Chaves, que le propuso ir a la Unión Soviética para cantar en un concierto en la ciudad de Kiev (Ucrania). Ricardo voló de Madrid a Moscú pero su llegada un sábado por la tarde no estaba prevista para sus anfitriones, por lo que se encontró solo al llegar al aeropuerto, donde su guitarra llamó la atención de la policía de inmigración. Un trabajador del aeropuerto, al que obsequió con algunos Ducados españoles, le ayudó a contactar con sus anfitriones que le esperaban para el lunes siguiente. Un señor de negro, con sombrero a lo Gorbachov, lo llevó en un coche negro al hotel mientras Ricardo admiraba la ciudad de Moscú toda nevada y llena de letras extrañas que le hacían pensar en que estaba en otro planeta. Al llegar, recibió la llamada de su intérprete que quedó en desayunar con él el día siguiente. Esa mañana, se había roto el ascensor por lo que, desde el séptimo piso donde se alojaba, tuvo que bajar al restaurante del hotel por las escaleras. En una de las plantas del hotel, escuchó cantar en español a un tipo al que saludó y que era el representante de Nicaragua. Los dos empezaron a desayunar a la espera de la intérprete y, mientras, conocieron al representante de Cuba que se les unió. Al poco, llegó la intérprete acompañada del representante uruguayo y, enseguida, todos hicieron amistad. Enfrente del hotel había un gran parque y, cerca, el estadio Lenin que Ricardo, buen aficionado al fútbol, visitó esa tarde. Los cuatro fueron inseparables esos días hasta que llegó el momento de viajar en tren a Kiev. Uno de esos días de espera, el pequeño grupo de amigos visitó por su cuenta el centro de Moscú a donde les logró llevar sin problemas Ricardo, que se atrevía un poco a hablar ruso.               

 Días después, Ricardo Huerta participó representando a España en el Festival de la Paz de Kiev (Ucrania) que tenía como objetivo promover el país tras el desastre de Chernóbil. Los primeros días, hubo varias actuaciones en el Palacio de la Cultura Ucraniana (con capacidad para diez mil personas) y Ricardo estuvo ensayando sus canciones acompañado de un pianista ucraniano al que le pasó sus partituras. Pero el día en que tenía que debutar en el Palacio, el amigo cubano decidió ser quien le acompañara como pianista. La actuación fue muy bien recibida por el auditorio. En el concierto del viernes, los cuatro amigos que se habían conocido en Moscú tocaron “Guantanamera” improvisando, sin haber ensayado juntos antes, ante la preocupación de la organización que lo llevaba todo muy medido. La canción llevó 10 o 15 minutos y fue coreada por todo el público. El periódico Pravda dio la noticia de esta actuación en su primera página.

 El concierto final del festival fue el sábado y se celebró en el estadio del Dinamo de Kiev. Ricardo participó como representante de los cantantes en castellano con su canción. Lo que desconocía Ricardo es que iba a ser acompañado por la orquesta sinfónica de Ucrania en un escenario tan espectacular que, cuando iba a iniciar la segunda parte de la canción, “No fue aventurero” ¿?, emocionado por el ambiente, las luces y la música de la orquesta, olvidó la letra que debía cantar, improvisando lo que pudo. En el concierto, Ricardo se acompañó de su guitarra Innovation, electroacústica, que llamó mucho la atención entre los músicos, porque no era común por aquellos pagos. El concierto fue grabado y se editó un disco con las canciones de todos los participantes.  De regreso al hotel en autobús, alguien que había grabado el sonido del concierto puso la intervención de Ricardo, lo que le entusiasmó mucho.

 En Kiev, conoció al cantante búlgaro Georgie Klimov del que se hizo amigo y que le pidió permiso para traducir al búlgaro su canción “No fue aventurero” y cantarla. Ricardo se la grabó en el hotel para que pudiera hacer la versión. También conoció allí al cantante rumano Giorgi Giorgescu, con el que se pudo entender hablando en catalán y con el que más adelante volvió a coincidir.

 El regreso a Barcelona desde Moscú tuvo muchas dificultades. Ricardo Huerta debía tocar el concierto de Neruda en la capital catalana el viernes siguiente, pero su vuelo en Aeroflot hasta Madrid se suspendió el domingo anterior. Todos lo atendieron muy bien en Moscú, le quisieron invitar a viajar a San Petersburgo y le ofrecieron asistir a la celebración del aniversario de la revolución. Pero Ricardo tuvo que insistir en la necesidad de viajar para cumplir con su contrato en Barcelona. Al final le facilitaron un vuelo a París a mitad de semana. Desde allí tuvo que trasladarse a Barcelona por sus medios, padeciendo de camino un fuerte resfriado con fiebre alta con el que tuvo que cantar días después dentro del festival Chile vive que se había iniciado en Madrid. Ricardo actuó en los conciertos que se dieron en diversos locales de Barcelona con artistas como Patricio Mans, con el que entabló buena amistad. El concierto final tuvo lugar en el Palacio de Deportes de Barcelona, en el que participó también Joan Manuel Serrat.

 Por aquellas fechas, se realizó el referéndum sobre la OTAN en España. Hubo muchas manifestaciones y actos anti-OTAN en Cataluña y otros lugares, en los que participó cantando Ricardo Huerta que formaba parte del Comité anti-OTAN.

 A finales de 1986, en la Casa de Campo de Madrid, e invitado por las Juventudes Comunistas de España, participó en su congreso dando un discurso sobre la cultura. Un checoslovaco que asistió al congreso invitó a Ricardo Huerta a participar en un festival que se organizaría en su país.  

 Checoslovaquia

 A principios de febrero de 1987, viajó a Praga desde Madrid. El clima en esas fechas era muy frío en Checoslovaquia, más de lo normal: 15 grados bajo cero. El hotel donde lo alojaron era espectacular: una gran suit, siete restaurantes, cabaret, discotecas… La estancia la pagó con vales que le daba la organización. Curiosamente, la guía e intérprete que tuvo esos días era la esposa de un sobrino del poeta Antonio Machado que vivía allí. Esa noche, Ricardo casi no durmió observando cómo nevaba desde los amplios ventanales que tenía su habitación.

 La mañana siguiente, los llevaron en autobús a conocer la ciudad de Praga. Se había comprado en Madrid unas botas muy abrigadas, pero tuvo que comprar allí pantalones de abrigo porque los vaqueros se congelaban inmediatamente en aquellos días tan fríos. Visitaron Malastrana, que era el barrio donde había nacido el escritor bohemio Jan Neruda, del que había tomado el pseudónimo Pablo Neruda, como explica en sus memorias el poeta chileno.  La ciudad nevada y sus lugares tan característicos sorprendieron a Ricardo Huerta.

 El festival tuvo lugar tanto en Martin, Eslovaquia, un lugar muy turístico pero en esos días a 20 bajo cero, como en Sokholov, cerca de Praga. Mientras se preparaba para la actuación en Sokholov, la televisión búlgara hizo una entrevista a Ricardo Huerta ya que era el autor de la canción que Klimov había popularizado en su país. A finales de 1987, fue invitado a visitar Bulgaria.

 Bulgaria y Rumania

 A finales del verano de 1987, cuando su esposa estaba embarazada de su primera hija y viviendo en Suiza, Ricardo Huerta recibió la invitación para hacer una gira por Bulgaria. Viajó desde el aeropuerto de Barcelona –después de despistar a las azafatas de admisión de pasajeros que no lo reconocían en su documento de identidad porque se acababa de afeitar la barba y cortar el pelo—al aeropuerto de Plovdiv, la segunda ciudad del país. Como acompañante llevaba al que se le presentó como ministro de Cultura de Mozambique y ambos se asombraban de llegar a una ciudad sin iluminación alguna. Al poco, llegó un autobús que les llevó a los dos a Sofía donde se alojaron. El festival tuvo lugar en la ciudad de Blagoevgrad.  Klimov había proyectado realizar un documental sobre la historia de la canción y de Ricardo como autor, y para ello también lo invitó a su casa.

Ricardo con Rafael Amor

 La encargada del famoso Festival de la Canción Política de Berlín (Alemania del Este) contactó con Ricardo Huerta a finales de 1987 para que participara en él dos años después. Un festival en el que participarían Daniel Viglietti, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mª Mar Bonet y otros grandes cantautores.  

 De vuelta en Barcelona, y siguiendo con el espectáculo de Neruda, un día recibió un telegrama desde Rumania por el que le invitaban a participar en un concierto en el teatro Tanase de Bucarest (1988), en plena etapa de Ceaucescu, coincidiendo con el cantante que había conocido en Kiev, Giorgescu.


 Durante las últimas décadas, Ricardo Huerta ha vivido en Torrevieja (Alicante) desde donde ha desarrollado una constante actividad en centros culturales y educativos de Alicante y Murcia, especialmente con su espectáculo "Cantando la Generación del 27".

Actuaciones en centros escolares

 

La pasión del fútbol

 Si la música es la vida de Ricardo Huerta, el fútbol es su pasión. Aficionado al fútbol desde la infancia, fue jugador en el Azcuénaga, el equipo del barrio, con 15 años. Junto a la estación de ferrocarril “Rosario Oeste” (entonces había tres en la ciudad: la de “Rosario Norte”, la más importante que sigue existiendo, la de “Rosario Central” –de la que surgió el club-- y la de “Rosario Oeste”), los chicos jugaban al fútbol en grandes descampados que allí había.

 La afición al fútbol en Argentina no tiene igual en el mundo y es necesario conocer las rivalidades que se crean entre clubes y dentro de las ciudades. En Rosario, hay dos clubes importantes que levantan pasiones entre sus seguidores: el Club Atlético Newell's Old Boys, conocido simplemente como Newell's o castellanizado como Ñuls o Ñubels (que tiene su origen en 1903, dentro del Colegio Comercial Anglo Argentino fundado por Isaac Newell, que introduce en el país este deporte; el apodo de sus seguidores es el de “leprosos”) y el Club Atlético Rosario Central, conocido simplemente como Rosario Central (creado también en 1903, pero dentro del ámbito ferroviario de Rosario y a partir del proyecto del inglés Thomas Mutton; sus seguidores llevan como apodo el de “canallas”). Ricardo nació en una familia partidaria del Newell’s, equipo relacionado en sus orígenes con la clase media (profesores, médicos, funcionarios, etc.), mientras que el Central siempre se relacionó con la clase trabajadora. La sociedad argentina siempre fue muy clasista, aunque hoy no hay tantas diferencias como antes. De pequeño, Ricardo era del equipo que lo ganaba todo entonces: el Independiente de Buenos Aires; en otra etapa, también fue seguidor del Racing de Avellaneda. Pero con 12 años, ya se hizo fijo del Newell’s, cuando empezó a destacar en el fútbol argentino, y siempre ha tenido una gran rivalidad con los del Central. Es ya clásico relacionar a la intelectualidad rosarina de izquierdas con el Central, mientras que a la élite se la relaciona con el Newell’s. Pero está claro que hoy día es solo un tópico.

  Ricardo Huerta es un gran entusiasta y seguidor del FC Barcelona. 

15.2.21

Vientos de otoño

PORQUE LAS MONTAÑAS ESTÁN AHÍ

        Terminamos de leer la novela Vientos de otoño* de Alejandro Romero Angles (Murcia, 1948) y, cuando cerramos el libro, sentimos como que regresamos de unos días viviendo realmente en las montañas que recorre Carlos, su protagonista. Ese es el principal mérito de esta novela: que transmite apasionadamente el espíritu de la montaña. No olvidemos el subtítulo de la obra, Montañas de ensueño. Y a ello se suman una serie de aspectos, más o menos logrados, que contribuyen a que se pueda disfrutar de una historia en la que sobresalen el idealismo, la amistad y la sinceridad de sus principales personajes, Carlos y Julia.

    
Carlos es un profesor aficionado desde joven al montañismo y a la naturaleza que pasa unos días de vacaciones en el Valle de Navas, en el Pirineo, esta vez sin la compañía de su mujer, María, o de amigos. En el refugio montañero de Sinué –los nombres de los lugares son en su mayoría inventados--, entabla amistad con Julia, una chica de quince años que destaca por su madurez y su entusiasmo por la montaña. Julia anhela ascender por fin un tres mil, algo que no ha conseguido hacer aún pese a que su padre es guía de montaña y dueño del refugio. A lo largo de la novela, se consolida la amistad entre Julia y Carlos después de realizar excursiones por la zona, compartir muchos momentos de charla sobre temas que interesan a la chica (las experiencias de los montañeros célebres, la naturaleza, las relaciones familiares, la amistad, el amor, la sexualidad, la emancipación de la mujer…), a los que Carlos –que siempre ha tenido facilidad para conectar con los jóvenes-- aporta siempre su punto de vista personal, basado en su experiencia. El vitalismo de Carlos procede de su cercanía con la naturaleza, representada en las montañas, y Julia, que conecta pronto con él, supone el ideal de hija que le hubiera gustado tener.
              
      Vientos de otoño se estructura en tres partes claramente diferenciadas. En la primera, “Julia”, se inicia la amistad entre Carlos y Julia, con el refugio de Sinué y su entorno como marco espacial para presentarnos los principales rasgos de los protagonistas a partir de sus primeras conversaciones. El anhelo de Julia por subir un tres mil se verá hecho realidad en la segunda parte, “Atardecer en la cumbre”, cuando consiguen alcanzar el Anyet y vivir luego una aventura peligrosa tras desencadenarse una fuerte tormenta típica de Pirineos. Constituye una vivencia conjunta que amplía la confianza y la sincera amistad entre Julia y Carlos a partir de muchas horas de charla sobre los más variados temas que interesan a la joven. Y, finalmente, “Por los senderos de Navas”, consolida la relación de los protagonistas mientras descienden desde el refugio al pueblo de Navas, conversando sobre temas como el ecologismo, el turismo verde, el arte, la educación y la amistad. En el pueblo, conocen luego a un grupo de jóvenes y entusiastas montañeros con los que regresan al refugio por una ruta de crestas montañosas que origina una nueva e inesperada aventura en plena alta montaña.

        Si bien algunas transiciones entre episodios no quedan bien ligadas narrativamente, la novela destaca por la creación de ambientes con recursos hábiles y precisos, así como por la descripción de la naturaleza, de la montaña, que el lector vive casi en directo llevado por las certeras pinceladas –visuales, pero también sonoras, olfativas y casi táctiles—de alguien que ha vivido de cerca y con pasión la naturaleza. Como dice en varios momentos de la obra Carlos –alter ego del propio autor--, hacer montaña o explorar los espacios naturales no es un simple entretenimiento, sino algo más profundo, es “toda una filosofía de la vida”. Y todos esos referentes de su vida están certeramente expuestos por Carlos en unas páginas en las que, al igual que a Julia, nos anima a todos nosotros a descubrir las montañas que están más allá.


Mariano Moreno Requena (enero de 2021), Catedrático de Lengua Castellana y Literatura

* Alejandro Romero Angles, Vientos de otoño. Montañas de ensueño, Amazon, 2020. 224 págs.

17.11.19

El fantasma de tu nombre: intriga seductora

El fantasma de tu nombre es una novela de terror y suspense que podría catalogarse como para lectores jóvenes pero que, sin duda, leerán con interés y placer los lectores adultos porque encierra un relato muy bien trabado en cada una de sus partes, con personajes sólidos que transitan por espacios y ambientes muy efectivos y con un desarrollo argumental que fluye con enorme soltura hasta resultar cautivador.

Los que conocemos los orígenes de la narrativa de Francisco García Jiménez sabemos de su debilidad por los mundos fantásticos que tan bien recreaba en sus relatos de adolescencia, premiados una y otra vez en los concursos escolares a los que se presentaba. Pero también conocemos la vertiente social y crítica de su mirada al mundo que le rodea que, si por él fuera, cambiaría de un plumazo para desterrar para siempre de él tantas injusticias, abusos de poder, discriminaciones de todo tipo… todo aquello que nos aparta de la humanidad. Prueba de ello son sus escritos poéticos y narrativos –que han recibido premios de consideración como el “Miguel Hernández de Poesía Juvenil”, el “María Agustina” lorquino o ser finalista del prestigioso “Jordi Sierra i Fabra” en 2013--, como Al otro lado de la esfera (2014), su primera novela publicada en la que nos ponía a los lectores en la piel de un inmigrante en su desesperado viaje a España.

La madurez y la progresión que ha alcanzado García Jiménez con El fantasma de tu nombre es notable; no en vano le favorecen sus muchas lecturas y los años de estudiante de periodismo y los estudios franceses e hispánicos que ha cursado en Aviñón, donde ahora reside. El viaje que emprenden las jóvenes Maïa y Luna para pasar un verano junto al tío de una de ellas, en un pequeño pueblo de pescadores de la Bretaña francesa, da comienzo a una experiencia única para ambas en las que se suceden leyendas ancestrales como la del Pueblo Etéreo, relaciones humanas complejas que desembocan en lo inesperado, bosques y pasadizos misteriosos en los que se vive el pánico y hasta una sugerente relación sentimental entre las protagonistas que obligan al lector a no apartarse por mucho tiempo de la lectura de las páginas de esta lograda novela.
                                       
Mariano Moreno Requena (noviembre de 2019)


Francisco García Jiménez, El fantasma de tu nombre, Ediciones Dorna, Madrid, 2019; 299 pp.

10.8.19


MAGALLANES: POR EL CAMINO DEL SOL

              Cuando se cumplen 500 años de la primera vuelta al mundo, protagonizada por una escuadra de cinco barcos del emperador Carlos, con 265 marinos a bordo, capitaneada por Fernando de Magallanes y, tras su muerte en Filipinas, por Juan Sebastián Elcano, llega a nuestras manos una enjundiosa historia novelada que lleva por título Y, sin embargo, es redonda, del profesor Pedro Cuesta Escudero (Albacete, 1941).

  
            Las casi seiscientas páginas que componen este libro rinden homenaje a la gran hazaña que supuso la primera circunnavegación de la Tierra, llevada a cabo por un grupo de navegantes llenos de inquietudes y deseosos de fama, a la vez que de intereses personales, a cuyo frente se encontraba el marino portugués Fernao de Magalhaes (1480-1521) que había sido nombrado capitán general de la “Armada para el descubrimiento de la especería” por Carlos I después de que su proyecto de alcanzar las islas Molucas por el oeste fuera rechazado por el monarca portugués Manuel I el Afortunado. Magallanes había viajado con Lopes de Sequeira y Francisco Serrao hasta las Molucas por la ruta del sur de África y el Índico, pero a su regreso a Lisboa investigó cartas de navegación recientes con el cosmógrafo Rui Faleiro y se obsesionó con la búsqueda de un paso hacia el Pacífico por el Atlántico Sur, empresa que, finalmente, ofreció al joven emperador Carlos y que este aceptó, apoyado por sus consejeros, para probar que las islas de las especias pertenecían al hemisferio castellano delimitado tras el Tratado de Tordesillas con Portugal.

El 10 de agosto de 1519 partió de Sevilla la escuadra de cinco barcos –Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria y Santiago--; tras avituallarse en Sanlúcar de Barrameda, comenzaron su navegación el 20 de septiembre, recalaron en Canarias y alcanzaron luego las costas de Río de Janeiro; continuaron hacia el Río de la Plata y en la bahía San Julián pasaron el invierno. Las dificultades para encontrar el paso por el sur del continente junto a fuertes tormentas y parajes inhóspitos en los que tuvieron que sobrevivir, provocaron un motín de los capitanes castellanos de Magallanes que este tuvo que acallar con medidas muy estrictas y dolorosas. Poco después, la nave Santiago naufraga en las costas de la Patagonia y durante las exploraciones del paso que luego se llamaría de Magallanes, el piloto Esteban Gómez se hace con el mando de la San Antonio y decide regresar a España desandando el camino realizado. Las tres naves restantes alcanzan, después de muchas vicisitudes, el final del estrecho y acceden al mar del Sur que la expedición llamó océano Pacífico por las calmas que encontraron en todo su trayecto. Pero no llegaron a tierra hasta después de tres meses de grandes privaciones, pues escasearon los alimentos, se estropeó el agua que almacenaban y padecieron enfermedades como el escorbuto.

El 6 de marzo de 1521 avistaron la que llamaron isla de los Ladrones (en el actual archipiélado de las Marianas), donde pudieron recoger agua y alimentos. Semanas después, establecieron relaciones comerciales y políticas con los rajás o gobernantes de varias islas de las que luego conoceríamos como Filipinas (en honor del rey Felipe II), aunque antes de llegar a las islas Molucas en las que recoger las especias que llevarían de regreso a España para demostrar el paso occidental a las Indias, Magallanes muere en un combate con nativos del jefe Lapu-Lapu en la isla de Mactán, cercana a Cebú. Nombrado, entonces, capitán de la expedición Gonzalo Gómez de Espinosa, los navegantes logran llegar a las Molucas y cargar los barcos con especias, pero poco después deben quemar la Concepción, malparada tras tantos meses de viaje, y, luego, deben dejar en reparación a la Trinidad que, posteriormente y sin éxito, intentará regresar por el Pacífico a Panamá. El piloto de Guetaria Juan Sebastián Elcano será nombrado nuevo capitán de la expedición que, no sin muchos contratiempos por la ruta portuguesa del Cabo de las Tormentas, logró llegar con la nao Victoria y tan solo 18 tripulantes a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522, completando lo que fue la primera circunnavegación de la Tierra. Uno de los 18 supervivientes en la Victoria fue el veneciano Antonio Pigafetta, que viajó como cronista de la expedición con el nombre de Antonio Lomabardo y al que debemos la Relación del primer viaje alrededor del mundo (1524) donde nos informa de muchos pormenores de este sorprendente viaje épico que abrió una nueva etapa a la Humanidad.

              Pues toda esta epopeya histórica que hemos intentado resumir en 20 líneas es la que ha afrontado con enorme valentía y solvencia el profesor de Historia Pedro Cuesta Escudero –residente en Tarragona y autor de varios estudios sobre la escuela pública en España y trabajos de arte románico en Cataluña, además de otra interesante historia novelada en torno a Cristóbal Colón al que, por cierto, vincula familiarmente con los Trastamara aragoneses--, en una singular novela en la que brilla por sí misma la personalidad de uno de esos genios que, periódicamente, la historia se encarga de enviarnos: Fernando de Magallanes. Las dos terceras partes de la obra nos ofrecen los sinsabores que debe sufrir el navegante para lograr el apoyo económico de los poderosos de su época: primero, el rey portugués, Manuel I, que lo rechaza con malas maneras, y, luego, la corte y la política castellana, cuya maquinaria se mueve lenta entre intereses políticos e intrigas de un naciente imperio con corrientes enfrentadas en su interior. Son páginas en las que el lector va descubriendo las preocupaciones e intimidades del protagonista a través de escenas muy bien seleccionadas (las tabernas de marinos en Lisboa, el palacio de Ribeira, la sorprendente Sevilla de principios del XVI, la casa señorial de Diego Barbosa, el mundo de la aristocracia  y la política que rodea al joven Carlos…), entre las que se insertan descripciones muy logradas de los ambientes cortesanos portugueses y castellanos, así como del día a día en ciudades como Lisboa, Sevilla, Valladolid o Zaragoza. En la novela, observamos la manera de actuar de Magallanes: sensato, pero defensor obsesivo de sus objetivos de exploración; paciente en las adversidades –que no son pocas, no solo en los preparativos del viaje sino también en el viaje mismo, ya que se ve enfrentado a un motín de sus capitanes castellanos que debe resolver según las leyes de navegación--, pero decidido y resolutivo cuando debe actuar; honrado con todos y empecinadamente fiel a la palabra dada al soberano español; y, siempre,  tremendamente humano, pues en monólogos interiores e incluso conversaciones con sus allegados transmite sus dudas y sus sufrimientos como, por ejemplo, en las que quizá son las páginas más intensas de la novela: las que preceden al descubrimiento del estrecho que da paso al mar del Sur, donde todos padecen lo insufrible y acaban tachándolo de loco e iluso por seguir defendiendo la existencia de dicho paso. No en vano, Pigafetta escribió en sus diarios cuando el almirante de la escuadra muere en Mactán: “Adornado de todas las virtudes, mostró inquebrantable constancia en medio de sus mayores adversidades”.

              Pedro Cuesta ha construido su novela a partir de una voz narrativa que utiliza el tiempo presente para ofrecernos los hechos actualizados, como si los presenciáramos en directo, lo que aporta credibilidad e inmediatez a lo narrado. Además, y en consonancia con el concepto unamuniano de la intrahistoria, el autor a menudo introduce en la novela diálogos protagonizados por personajes secundarios –especialmente la marinería de las naves: el tonelero, los lombarderos, el barbero o el cirujano, el despensero, el colmenero, grumetes, etc. — para retratar los temores y supersticiones de los embarcados, aportar sus comentarios a sucesos –a través de un lenguaje muy coloquial  y vivo que, tan solo en algunos momentos se vuelven algo artificiosos-- o caracterizar sus diferentes personalidades porque, en definitiva, ellos también son parte importante de la hazaña.

              Son muchos otros los aciertos de Y, sin embargo, es redonda, entre los que podríamos mencionar el rico y preciso vocabulario marinero que ofrece, junto a los conocimientos de usos, costumbres, enfermedades de la navegación en el siglo XVI; las descripciones detalladas y vivas de lugares, gentes, fauna y vegetación por los que transcurre la expedición –sin duda que el propio autor habrá visitado y conocido de primera mano muchos de los lugares que describe--; la oportuna inserción de fragmentos del diario de Pigafetta que transmiten inmediatez en determinados momentos de la historia; sin olvidar el ingente número de documentos históricos que el autor ha tenido que poner a su servicio –y cuya amplia relación se adjunta al final del libro--para dar una gran solidez científica a su obra.

              El épico viaje que hace quinientos años iniciaron, en una fecha como hoy en la que escribimos estas notas, más de dos centenares de hombres bajo el mando del genio de Magallanes, y que les llevó a navegar más de catorce mil cuatrocientas sesenta leguas –más de 80.000 km—según los cálculos de Pigafetta, debe ser más conocido y mejor valorado por nuestra sociedad actual. Es el momento de reconocimientos y homenajes oficiales en nuestro país y en el vecino Portugal, pero nosotros creemos que conocer la enorme aventura que supuso la primera circunnavegación a través de una historia novelada como la construida por Pedro Cuesta Escudero es el mejor homenaje que podemos hacer a Magallanes, Elcano, Gómez de Espinosa y a todos los tripulantes de esas naos que por vez primera navegaron por el camino del sol.   
                                                                Mariano Moreno Requena (Alicante 10 de agosto de 2019). 
(1)    Pedro Cuesta Escudero, Y, sin embargo, es redonda, Editorial Club Universitario-ECU, Alicante, 2012. 597 pp. (pecues41@gmail.com)