Según el filósofo y crítico Rafael Narbona, el mejor invento del ser humano es el sentido del humor, que nace de la fusión de la inteligencia y el optimismo. Y esto lo podemos comprobar disfrutando con los Desaforismos de Félix José Ortiz (Madrid, 1964), un libro diferente, original y lleno de sentido del humor, esto es, de inteligencia y optimismo. Su autor creció en Cáceres, se hizo abogado y, en la actualidad, vive y trabaja como profesor de instituto en Zafra (Badajoz), pero la literatura siempre ha estado muy cerca de él: publicaciones en la revista literaria Oropéndola, narraciones en la antología de nuevos escritores extremeños Alquimia (1985), dos novelas cortas así como diversos relatos y artículos.
Desaforismos se emparenta fácilmente con las famosas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aquellas que a principios del siglo XX definía el propio escritor como metáfora+humor, y que también tuvieron su proyección en autores como el murciano Asensio Sáez (“Primera insolación: oro del sol embotellado en el encéfalo”). La greguería es el uso inteligente del lenguaje para dar una pincelada insólita a un aspecto concreto -- a menudo insignificante, cotidiano o secundario-- de la realidad, pero en la que se acrisola una mirada optimista y vitalista. Félix Ortiz reúne en su libro humor, greguerías, puntos de vista inesperados e ingeniosos y hasta un lirismo de lo más sugerente. En textos de una a seis líneas, en su mayoría, el autor encierra su mágica, ocurrente, onírica, humorística, disparatada y muy personal manera de contemplar la realidad cotidiana. Y todo ello mediante un sorprendente uso del lenguaje, en apariencia sencillo, pero cuajado de inteligencia, de increíbles juegos de palabras y pensamientos --emparentados a veces con el conceptismo barroco-- que llevan al lector al asombro, al descubrimiento, a la reflexión y, casi siempre, a la carcajada sanadora y liberadora.
El libro se organiza en cinco bloques: el primero corresponde a los “Desaforismos”, donde el autor reparte su atención ingeniosa hacia los más variados asuntos, como el reloj (“Solo la valiente saeta del minutero mira de frente a cada minuto”), el sueño (“No despiertes de la mentira: tan solo sueña verdades”), la inquietud (“Estoy nervioso. Tal vez presiento que en algún momento voy a tranquilizarme”), el censor de cine (“El severo censor en sesión continua proyecta enervantes escenas de invertidos contra lo más oscuro de su retina”) o la timidez (“Cuando los tímidos se saludan, se dan un aflojón de manos”). Y no se deja en el olvido de vez en cuando el tono lírico, como en este desdoblamiento borgiano: “Me pregunto si este sol marchito de agosto contemplará también mi ocaso con idéntica melancolía. Si acaso existirá, para todo y para todos, una sola, dulce, circular y transparente melancolía de la extinción”.
En el segundo bloque, “Alegorías”, se alternan metáforas plásticas (“La penumbra es el párpado soñoliento de la tarde”; “Una mano sujeta la nube de la que penden vítreos hilos de gotas de lluvia y, al final de su hebra, grotescas marionetas de trapo se agitan convulsas, saltando sobre los charcos”) con otras muy gráficas y siempre novedosas (“Un hombre en una mecedora es un metrónomo de salón”; “El almanaque colgado en la pared es un espejo de tiempo: refleja el ápice de la nada”; “La beata insomne cuenta ovejas descarriadas”; “Las abejas usan esas mallas deportivas porque practican la levitación sincronizada”).
Las “Eutrapelias” reúnen ingeniosidades llenas de humor (“Dos monjitas del brazo proyectan la sombra campanuda de un Mihura”), feroces críticas (“Suiza es un país de hasta nombre posesivo”; “Era suizo y tomó partido, pero nadie le creyó”; “Los rosarios de las beatas suizas tienen las cuentas opacas”) y creaciones lingüísticas y juegos de palabras (“El viejo tren jadea y resopla como un tigre enfermo: tose con tos felina”; “¿Puede considerarse cristianamente a quien abjura de su masculinidad un apróstata? ¿Y al amante del cine porno un cinéfalo?”; “¿Los púgiles argentinos se tutean?”).
Los dos últimos grupos de textos conectan con una de las debilidades de un grande de nuestra literatura: don Francisco de Quevedo, que no tuvo merma de sus textos más poéticos y elevados (el amor, la muerte, el tiempo) cuando se acercaba a temas escatológicos --curioso, por cierto, que la misma palabra sirva para aludir a la transcendencia y a los actos fisiológicos más vulgares--. “Escatón” acoge textos de índole quevedesca, desenfadados e igualmente ingeniosos e hilarantes, que no dejan al lector imperturbable: “La petulante escobilla del inodoro, esgrimida como estoque de florete, quisiera solo apuntar al níveo centro de la porcelana y apunta maneras”; “El pedo atormentado es un pedo barítono”; “El pedo campanero en vacío es un pedo catedralicio”; “El pedo tácito y jadeante es pedo miserable, psicótico, alevoso, capaz de toda maldad. Pero a la vez, hay que admitirlo, un pedo alimenticio: un pedo nocilla”. Y, finalmente, “Epílogo” nos hace desembocar en un ramillete de textos de exquisito lenguaje, simbolismo e imaginería amorosa para describirnos... ¡el acto íntimo de la defecación! El lector puede pasar por estas últimas páginas creyendo que está ante delicados poemas de amor pero, si desentraña claves y desenmascara gestos, se encuentra con la inesperada sorpresa y el estallido de la liberadora carcajada.
Sin ninguna muralla temática, con un distinguido uso de recursos expresivos y lenguaje elaborado, Félix Ortiz derrocha en estas páginas sentido del humor lleno de inteligencia para asumir con optimismo, libertad y gracia una existencia que, a menudo, nos acecha con desengaños y pesares.
Mariano Moreno Requena. Murcia, diciembre de 2021.
Desaforismos, de Félix José Ortiz
Ed. Círculo Rojo, Almería, 2021; 91 pp.