El lugar hallado

"Acabo de descubrir un lugar delicioso dormido entre años. Ha sido sin querer, como algunos grandes hombres descubren lo que concretamente no esperaban descubrir; pero, al descubrirlo, sienten la legítima alegría de haber acertado con toda su voluntad iluminada...
Todo eso casi lo pronunciaba Sigüenza asomándose de puntillas a un jardín de escombros. Nadie.
El silencio con el aliento de todo." Polop de la Marina (Alicante)

Así comienza un capítulo del libro de Gabriel Miró Años y leguas, el que da título a este blog que servirá de lugar de encuentro para conocer un poco más nuestra lengua y nuestra literatura.

14.12.21

DESAFORISMOS DESAFORADOS

  

Según el filósofo y crítico Rafael Narbona, el mejor invento del ser humano es el sentido del humor, que nace de la fusión de la inteligencia y el optimismo. Y esto lo podemos comprobar disfrutando con los Desaforismos de Félix José Ortiz (Madrid, 1964), un libro diferente, original y lleno de sentido del humor, esto es, de inteligencia y optimismo. Su autor creció en Cáceres, se hizo abogado y, en la actualidad, vive y trabaja como profesor de instituto en Zafra (Badajoz), pero la literatura siempre ha estado muy cerca de él: publicaciones en la revista literaria Oropéndola, narraciones en la antología de nuevos escritores extremeños Alquimia (1985), dos novelas cortas así como diversos relatos y artículos.

 En Desaforismos, el protagonista es el lenguaje, con el que Ortiz sabe jugar magistralmente ya desde el propio título, al que acompaña el descreído subtítulo “Aforismos desaforados y otra filatería proverbial”. No son propiamente “aforismos”, es decir, oraciones que expresan principios de manera concisa y coherente, pensamientos o máximas, sino todo lo contrario, “desaforismos”, un neologismo personal que niega ínfulas o pretensiones de ningún tipo, matizado por el juego de palabras en el que se fundamenta el neologismo: “aforismos desaforados”, sin límite, exagerados como los gigantes a los que hacía frente don Quijote en su aventuras. A los que se suma otra serie de textos caracterizados como “filatería proverbial”, es decir, palabras embaucadoras para engañar y persuadir que toman forma de proverbios (enseñanzas morales o consejos). Pero nunca se queda el autor en un único nivel de significados sino que, con su sorprendente manejo de la lengua y del pensamiento, nos traslada a otras capas de comprensión posibles, en este caso con asociaciones conceptuales que pueden atizar el imaginario del lector que parece leer “piratería proverbial o destacada”, pues no en vano el autor entra a saco en su libro, cual corsario sin ley, en temas y situaciones de lo más diverso y de la manera más libre posible.

Desaforismos se emparenta fácilmente con las famosas greguerías de Ramón Gómez de la Serna, aquellas que a principios del siglo XX definía el propio escritor como metáfora+humor, y que también tuvieron su proyección en autores como el murciano Asensio Sáez (“Primera insolación: oro del sol embotellado en el encéfalo”). La greguería es el uso inteligente del lenguaje para dar una pincelada insólita a un aspecto concreto -- a menudo insignificante, cotidiano o secundario-- de la realidad, pero en la que se acrisola una mirada optimista y vitalista. Félix Ortiz reúne en su libro humor, greguerías, puntos de vista inesperados e ingeniosos y hasta un lirismo de lo más sugerente. En textos de una a seis líneas, en su mayoría, el autor encierra su mágica, ocurrente, onírica, humorística, disparatada y muy personal manera de contemplar la realidad cotidiana. Y todo ello mediante un sorprendente uso del lenguaje, en apariencia sencillo, pero cuajado de inteligencia, de increíbles juegos de palabras y pensamientos --emparentados a veces con el conceptismo barroco-- que llevan al lector al asombro, al descubrimiento, a la reflexión y, casi siempre, a la carcajada sanadora y liberadora.

El libro se organiza en cinco bloques: el primero corresponde a los “Desaforismos”, donde el autor reparte su atención ingeniosa hacia los más variados asuntos, como el reloj (“Solo la valiente saeta del minutero mira de frente a cada minuto”), el sueño (“No despiertes de la mentira: tan solo sueña verdades”), la inquietud (“Estoy nervioso. Tal vez presiento que en algún momento voy a tranquilizarme”), el censor de cine (“El severo censor en sesión continua proyecta enervantes escenas de invertidos contra lo más oscuro de su retina”) o la timidez (“Cuando los tímidos se saludan, se dan un aflojón de manos”). Y no se deja en el olvido de vez en cuando el tono lírico, como en este desdoblamiento borgiano: “Me pregunto si este sol marchito de agosto contemplará también mi ocaso con idéntica melancolía. Si acaso existirá, para todo y para todos, una sola, dulce, circular y transparente melancolía de la extinción”.     

En el segundo bloque, “Alegorías”, se alternan metáforas plásticas (“La penumbra es el párpado soñoliento de la tarde”; “Una mano sujeta la nube de la que penden vítreos hilos de gotas de lluvia y, al final de su hebra, grotescas marionetas de trapo se agitan convulsas, saltando sobre los charcos”) con otras muy gráficas y siempre novedosas (“Un hombre en una mecedora es un metrónomo de salón”; “El almanaque colgado en la pared es un espejo de tiempo: refleja el ápice de la nada”; “La beata insomne cuenta ovejas descarriadas”; “Las abejas usan esas mallas deportivas porque practican la levitación sincronizada”).

Las “Eutrapelias” reúnen ingeniosidades llenas de humor (“Dos monjitas del brazo proyectan la sombra campanuda de un Mihura”), feroces críticas (“Suiza es un país de hasta nombre posesivo”; “Era suizo y tomó partido, pero nadie le creyó”; “Los rosarios de las beatas suizas tienen las cuentas opacas”) y creaciones lingüísticas y juegos de palabras (“El viejo tren jadea y resopla como un tigre enfermo: tose con tos felina”; “¿Puede considerarse cristianamente a quien abjura de su masculinidad un apróstata? ¿Y al amante del cine porno un cinéfalo?”; “¿Los púgiles argentinos se tutean?”).

 Los dos últimos grupos de textos conectan con una de las debilidades de un grande de nuestra literatura: don Francisco de Quevedo, que no tuvo merma de sus textos más poéticos y elevados (el amor, la muerte, el tiempo) cuando se acercaba a temas escatológicos --curioso, por cierto, que la misma palabra sirva para aludir a la transcendencia y a los actos fisiológicos más vulgares--. “Escatón” acoge textos de índole quevedesca, desenfadados e igualmente ingeniosos e hilarantes, que no dejan al lector imperturbable: “La petulante escobilla del inodoro, esgrimida como estoque de florete, quisiera solo apuntar al níveo centro de la porcelana y apunta maneras”; “El pedo atormentado es un pedo barítono”; “El pedo campanero en vacío es un pedo catedralicio”; “El pedo tácito y jadeante es pedo miserable, psicótico, alevoso, capaz de toda maldad. Pero a la vez, hay que admitirlo, un pedo alimenticio: un pedo nocilla”. Y, finalmente, “Epílogo” nos hace desembocar en un ramillete de textos de exquisito lenguaje, simbolismo e imaginería amorosa para describirnos... ¡el acto íntimo de la defecación! El lector puede pasar por estas últimas páginas creyendo que está ante delicados poemas de amor pero, si desentraña claves y desenmascara gestos, se encuentra con la inesperada sorpresa y el estallido de la liberadora carcajada.

Sin ninguna muralla temática, con un distinguido uso de recursos expresivos y lenguaje elaborado, Félix Ortiz derrocha en estas páginas sentido del humor lleno de inteligencia para asumir con optimismo, libertad y gracia una existencia que, a menudo, nos acecha con desengaños y pesares.

 Mariano Moreno Requena. Murcia, diciembre de 2021. 


Desaforismos, de Félix José Ortiz 

Ed. Círculo Rojo, Almería, 2021; 91 pp.