Las
casi seiscientas páginas que componen este libro rinden homenaje a la gran
hazaña que supuso la primera circunnavegación de la Tierra, llevada a cabo por un
grupo de navegantes llenos de inquietudes y deseosos de fama, a la vez que de
intereses personales, a cuyo frente se encontraba el marino portugués Fernao de
Magalhaes (1480-1521) que había sido nombrado capitán general de la “Armada
para el descubrimiento de la especería” por Carlos I después de que su proyecto
de alcanzar las islas Molucas por el oeste fuera rechazado por el monarca
portugués Manuel I el Afortunado. Magallanes había viajado con Lopes de
Sequeira y Francisco Serrao hasta las Molucas por la ruta del sur de África y
el Índico, pero a su regreso a Lisboa investigó cartas de navegación recientes con
el cosmógrafo Rui Faleiro y se obsesionó con la búsqueda de un paso hacia el
Pacífico por el Atlántico Sur, empresa que, finalmente, ofreció al joven emperador
Carlos y que este aceptó, apoyado por sus consejeros, para probar que las islas
de las especias pertenecían al hemisferio castellano delimitado tras el Tratado
de Tordesillas con Portugal.
El 10 de
agosto de 1519 partió de Sevilla la escuadra de cinco barcos –Trinidad, San Antonio, Concepción, Victoria
y Santiago--; tras avituallarse en Sanlúcar de Barrameda, comenzaron su
navegación el 20 de septiembre, recalaron en Canarias y alcanzaron luego las
costas de Río de Janeiro; continuaron hacia el Río de la Plata y en la bahía
San Julián pasaron el invierno. Las dificultades para encontrar el paso por el
sur del continente junto a fuertes tormentas y parajes inhóspitos en los que
tuvieron que sobrevivir, provocaron un motín de los capitanes castellanos de
Magallanes que este tuvo que acallar con medidas muy estrictas y dolorosas.
Poco después, la nave Santiago
naufraga en las costas de la Patagonia y durante las exploraciones del paso que
luego se llamaría de Magallanes, el piloto Esteban Gómez se hace con el mando
de la San Antonio y decide regresar a
España desandando el camino realizado. Las tres naves restantes alcanzan,
después de muchas vicisitudes, el final del estrecho y acceden al mar del Sur
que la expedición llamó océano Pacífico por las calmas que encontraron en todo
su trayecto. Pero no llegaron a tierra hasta después de tres meses de grandes privaciones,
pues escasearon los alimentos, se estropeó el agua que almacenaban y padecieron
enfermedades como el escorbuto.
El 6 de marzo
de 1521 avistaron la que llamaron isla de los Ladrones (en el actual
archipiélado de las Marianas), donde pudieron recoger agua y alimentos. Semanas
después, establecieron relaciones comerciales y políticas con los rajás o gobernantes de varias islas de
las que luego conoceríamos como Filipinas (en honor del rey Felipe II), aunque
antes de llegar a las islas Molucas en las que recoger las especias que
llevarían de regreso a España para demostrar el paso occidental a las Indias,
Magallanes muere en un combate con nativos del jefe Lapu-Lapu en la isla de
Mactán, cercana a Cebú. Nombrado, entonces, capitán de la expedición Gonzalo
Gómez de Espinosa, los navegantes logran llegar a las Molucas y cargar los
barcos con especias, pero poco después deben quemar la Concepción, malparada tras tantos meses de viaje, y, luego, deben
dejar en reparación a la Trinidad que,
posteriormente y sin éxito, intentará regresar por el Pacífico a Panamá. El
piloto de Guetaria Juan Sebastián Elcano será nombrado nuevo capitán de la
expedición que, no sin muchos contratiempos por la ruta portuguesa del Cabo de
las Tormentas, logró llegar con la nao Victoria
y tan solo 18 tripulantes a Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de
1522, completando lo que fue la primera circunnavegación de la Tierra. Uno de
los 18 supervivientes en la Victoria fue el veneciano Antonio Pigafetta, que
viajó como cronista de la expedición con el nombre de Antonio Lomabardo y al
que debemos la Relación del primer viaje
alrededor del mundo (1524) donde nos informa de muchos pormenores de este
sorprendente viaje épico que abrió una nueva etapa a la Humanidad.
Pues
toda esta epopeya histórica que hemos intentado resumir en 20 líneas es la que
ha afrontado con enorme valentía y solvencia el profesor de Historia Pedro
Cuesta Escudero –residente en Tarragona y autor de varios estudios sobre la
escuela pública en España y trabajos de arte románico en Cataluña, además de
otra interesante historia novelada en torno a Cristóbal Colón al que, por
cierto, vincula familiarmente con los Trastamara aragoneses--, en una singular
novela en la que brilla por sí misma la personalidad de uno de esos genios que,
periódicamente, la historia se encarga de enviarnos: Fernando de Magallanes. Las
dos terceras partes de la obra nos ofrecen los sinsabores que debe sufrir el
navegante para lograr el apoyo económico de los poderosos de su época: primero,
el rey portugués, Manuel I, que lo rechaza con malas maneras, y, luego, la
corte y la política castellana, cuya maquinaria se mueve lenta entre intereses
políticos e intrigas de un naciente imperio con corrientes enfrentadas en su
interior. Son páginas en las que el lector va descubriendo las preocupaciones e
intimidades del protagonista a través de escenas muy bien seleccionadas (las tabernas
de marinos en Lisboa, el palacio de Ribeira, la sorprendente Sevilla de
principios del XVI, la casa señorial de Diego Barbosa, el mundo de la aristocracia y la política que rodea al joven Carlos…), entre
las que se insertan descripciones muy logradas de los ambientes cortesanos
portugueses y castellanos, así como del día a día en ciudades como Lisboa,
Sevilla, Valladolid o Zaragoza. En la novela, observamos la manera de actuar de
Magallanes: sensato, pero defensor obsesivo de sus objetivos de exploración;
paciente en las adversidades –que no son pocas, no solo en los preparativos del
viaje sino también en el viaje mismo, ya que se ve enfrentado a un motín de sus
capitanes castellanos que debe resolver según las leyes de navegación--, pero
decidido y resolutivo cuando debe actuar; honrado con todos y empecinadamente
fiel a la palabra dada al soberano español; y, siempre, tremendamente humano, pues en monólogos
interiores e incluso conversaciones con sus allegados transmite sus dudas y sus
sufrimientos como, por ejemplo, en las que quizá son las páginas más intensas
de la novela: las que preceden al descubrimiento del estrecho que da paso al
mar del Sur, donde todos padecen lo insufrible y acaban tachándolo de loco e
iluso por seguir defendiendo la existencia de dicho paso. No en vano, Pigafetta
escribió en sus diarios cuando el almirante de la escuadra muere en Mactán:
“Adornado de todas las virtudes, mostró inquebrantable constancia en medio de
sus mayores adversidades”.
Pedro
Cuesta ha construido su novela a partir de una voz narrativa que utiliza el
tiempo presente para ofrecernos los hechos actualizados, como si los
presenciáramos en directo, lo que aporta credibilidad e inmediatez a lo
narrado. Además, y en consonancia con el concepto unamuniano de la
intrahistoria, el autor a menudo introduce en la novela diálogos protagonizados
por personajes secundarios –especialmente la marinería de las naves: el
tonelero, los lombarderos, el barbero o el cirujano, el despensero, el
colmenero, grumetes, etc. — para retratar los temores y supersticiones de los
embarcados, aportar sus comentarios a sucesos –a través de un lenguaje muy
coloquial y vivo que, tan solo en
algunos momentos se vuelven algo artificiosos-- o caracterizar sus diferentes
personalidades porque, en definitiva, ellos también son parte importante de la
hazaña.
Son
muchos otros los aciertos de
Y, sin
embargo, es redonda, entre los que podríamos mencionar el rico y preciso
vocabulario marinero que ofrece, junto a los conocimientos de usos, costumbres,
enfermedades de la navegación en el siglo XVI; las descripciones detalladas y
vivas de lugares, gentes, fauna y vegetación por los que transcurre la
expedición –sin duda que el propio autor habrá visitado y conocido de primera
mano muchos de los lugares que describe--; la oportuna inserción de fragmentos
del diario de Pigafetta que transmiten inmediatez en determinados momentos de
la historia; sin olvidar el ingente número de documentos históricos que el
autor ha tenido que poner a su servicio –y cuya amplia relación se adjunta al
final del libro--para dar una gran solidez científica a su obra.
El
épico viaje que hace quinientos años iniciaron, en una fecha como hoy en la que
escribimos estas notas, más de dos centenares de hombres bajo el mando del
genio de Magallanes, y que les llevó a navegar más de catorce mil cuatrocientas
sesenta leguas –más de 80.000 km—según los cálculos de Pigafetta, debe ser más
conocido y mejor valorado por nuestra sociedad actual. Es el momento de
reconocimientos y homenajes oficiales en nuestro país y en el vecino Portugal,
pero nosotros creemos que conocer la enorme aventura que supuso la primera
circunnavegación a través de una historia novelada como la construida por Pedro
Cuesta Escudero es el mejor homenaje que podemos hacer a Magallanes, Elcano,
Gómez de Espinosa y a todos los tripulantes de esas naos que por vez primera navegaron
por el camino del sol.
Mariano Moreno Requena (Alicante 10 de agosto de 2019).
(1)
Pedro Cuesta Escudero, Y, sin embargo, es redonda, Editorial Club Universitario-ECU,
Alicante, 2012. 597 pp. (pecues41@gmail.com)